Cochabamba, desde el cerro del Cristo de la Concordia
Cochabamba se encontraba situada en el centro de
Bolivia, a más de 2.500 metros sobre el nivel del mar, en un valle fértil y en
medio de la cordillera de los Andes (Aquí debería añadir que cuando el viajero insatisfecho arribaba a la
ciudad, la sequía redundante -y preocupante- y la aglomeración urbanística
ocultaban la tan cacareada fertilidad de su valle).
El
nombre de la ciudad de Cochabamba provenía de la
castellanización del término quechua “Q'ochapanpa”,
nombre que recibía esta zona en época incaica. Con más de un millón de
habitantes en su región metropolitana, era una de las ciudades en las que el
desarrollo en los últimos años se notaba a simple vista. Poseía zonas nuevas,
con nuevos edificios, infraestructuras mejoradas, parques públicos cuidados,
nuevas instalaciones deportivas y, en general, mejora de muchos de los
servicios básicos.
Había
salido de Santa Cruz de la Sierra temprano, en uno de esos autobuses de dos
pisos, tan abundantes por aquellas latitudes. El asiento aledaño estuvo vacío
durante todo el trayecto, por lo que pudo estar ‘a sus anchas’.
Al
margen de lo interesante que tiene la ciudad, Cochabamba se podría
utilizar como lugar idóneo para la adaptación a la tremenda altura que esperaba
soportar en La Paz, más de 4.000 metros, donde pensaba dirigirse. De hecho, en uno de los mercados compró
la primera bolsa de hojas de coca e inició allí el aprendizaje del proceso de
masticado, que tenía su peculiaridad.
Hojas de coca -Compró una bolsita de las verdes, no de las azules-Se
hospedó en la zona centro en una casa tradicional, pero muy bien adaptada como
hotel sostenible. Limpio, organizado y coqueto alojamiento. Como no tenía mucho
tiempo por delante ese día, una vez asentado en su habitación, decidió dar una
vuelta por los alrededores. Pronto se hizo de noche y, únicamente, callejeó
cerca del hotel. Ya descubriría la ciudad con más calma.
Al
día siguiente comenzó el trasiego de actividad y visitas. Turismo, en lo más
estricto de término. El Cristo de la Concordia sería uno de sus primeros
objetivos. Tomó la avenida Heroínas que le llevaría al parque de la Autonomía
donde estaba el Teleférico. Una vez en el cerro, con el imponente Cristo en lo
más alto, se divisaba la ciudad a sus pies. Más extensa de lo que había
imaginado. Una gran ciudad. Apoyado en la balaustrada de un mirador estudió con
detalle cada uno de los barrios. A lo lejos, claro. Observó con detalle el
Cristo, construido para homenajear la visita de Juan Pablo II en 1988, y no
pudo menos que compararlo con el Cristo del Corcovado, en Río de Janeiro/Brasil.
Según informaciones, le superaba en altura, aunque el brasileño fuera más
internacional y con panorámica más espectacular.
El Cristo de la Concordia, al fondoUna
vez cumplida con la tradición de ascender al cerro, visitó varias plazas: Plaza
Metropolitana 14 de septiembre (provista de unos soportales con tiendas, un
parque central y la catedral de San Sebastián, del siglo XVIII), Plaza de Colón
o Plaza de Sucre. Todas ellas, con fuentes, esculturas, árboles, palmeras y
jardines; todas ellas, de bonita estampa y cargadas de palomas.
Para
el Convento de Santa Teresa dejaría las horas de la tarde, una visita en
solitario, aunque acompañado por una guía, donde se apreciaba la austera vida
de estas monjas carmelitas de clausura. Enseñaban las dependencias, el
claustro, la iglesia desde la parte alta y el museo. Todavía, en un edificio
lateral, contaba con varias monjas, pero con reglas menos fuertes y estrictas
de reclusión.
En
esta ciudad, como en todas, lo más interesante era perderse callejear, mirar,
entrar y salir de los sitios, fotografiar y curiosear, en general. En algún
sitio se encontraría el mochilero después de haberse perdido.
Otra
jornada la dedicó a visitar unos pueblos “con encanto”, según había leído en
las consultas por internet: Tarata y Cliza. Y sí, tenían un sabor
especial. Además, en el primero de ellos había nacido Mariano Melgarejo, uno de
los presidentes de Bolivia después de la independencia. Aún se conservaba el
antiguo puente que, según la tradición, era utilizado por la amante de este líder
para acceder a su propiedad.
Puente de "la amante de Melgarejo", en TarataEn la feria del libro de
Cochabamba
—sita en un parque a las afueras de la ciudad— a la que acudió una de las
tardes, compró El Principito, en
lengua aymara. En estos momentos, reposa
en las estanterías de su casa, junto a otros muchos.
Copyright © By Blas F.Tomé 2024